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Por Calamaro y Soldati - Foto: Calamaro

Imprenta y estaño

Portada

La plata va sobre ruedas. El palo del pirata no falla.

Hace 18 años...

A las seis de la tarde todavía no habíamos laburado.

En Brandsen y la Autopista vemos un semi con dos container.

Lo dejamos subir a la autopista porque no cualquiera maneja un Fiat con tantos kilos.

Enrique sabía.  

El Diego del hampa

Trabajar con Enrique era como jugar al fútbol con Maradona.

Como el Hugo, que era una maquina de robar.

No hay palo como el pirata.

El pirata de los asfaltos.

La plata va sobre ruedas.

Paramos el camión justo enfrente de una vieja que estaba barriendo la vereda.

Primero hay empaquetar a la vieja y después seguir con el laburo. Con la vieja enfrente mostramos imprenta. Meter pavura, guardar el fierro y usar el chamuyo.

Decirle al chofer: “Vení, dame la mano y dame un abrazo que la mujer está mirando”. Un chofer mío se lleva el camión mientras nosotros subimos al pibe al coche y lo paseamos. “Tenés un buen teléfono y un reloj, son tuyos ... y te doy una propina”.

Tengo muebles viejos, me dice primero.

En el container de atrás tengo piedras de silicio, se sincera ... “Eso lo podemos vender” ... le digo al Gordo.

Algo vamos a ganar.

“Tengo estaño”. Se sincera más y mejor.

“Llevamos estaño, estoy loco ... no puedo cruzar el Puente Alsina” Dice Enrique. El pibe entra en confianza, se abre un poco más. 

"Los dos container están llenos de estaño...”

Un traslado de cincuenta mil kilos.

Recién importados.

Una fortuna.

Un traslado corto de depósito a depósito.

Nos jactamos de superar el hecho de la National.

Cuando vimos los 52 paquetes de estaño...

Más que metal era un corazón que latía fuera de un cuerpo.

Me tuve que abrir la camisa porque sudaba de la emoción.

Se me pegaba la espalda contra el asiento del coche.

Con ese estaño me compre un galpón con dos departamentos.

“Te felicito, te compraste una propiedad”, me dice Enrique.

Más que metal era un corazón que latía fuera de un cuerpo.

Me tuve que abrir la camisa porque sudaba de la emoción.

 

 

Sacábamos chapa porque éramos amigos de Andrés.

Que es el riñón de nosotros.

Un amigo más.

Máxima confianza.

Siempre hablamos de todo delante del Salmón.

Para nosotros era un bicho raro.

Un tipo famoso.

Enrique lo visitaba en la Calle Melo.

Andrés vivía con la ventana abierta y la estufa prendida.

Y esperaba a Enrique con Tía María.

Enrique es una leyenda.

Andrés cierra las ventanas cuando prende las estufas.

El Gordo murió un 31 de diciembre. Enrique también.

Malditos 31. 

Para Enrique Martínez, el Gallego. Y Raúl Lezcano, el Gordo. Siempre de a dos.

Nunca de a tres.

Si hacía falta llegaban en dos coches.

Eran tiempos felices.  

Foto: Calamaro

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