Por Calamaro/Oberto

¿Los androides sueñan con pelotas de básquet?

Cronicas

El legado de Pistol en los que siguieron, entre ellos el alquimista Manu Ginóbili.

Tengo que encontrar el párrafo que Bob Dylan escribió para Peter Press Maravich, Pistol Pete, porque recuerda el momento en que escuchó por radio que Pete había caído como fulminado por un rayo sobre el parquet, mientras jugaba con unos amigos al básquerbol.

Eso ocurrió el 5 de enero de 1988, hace 31 años.

Pistol era de otro planeta: se definía a sí mismo como "el androide del baloncesto".

¿Los androides sueñan con pelotas de básquetbol?

Es lo que normalmente se conoce como un mago porque hacía desaparecer la pelota por detrás de la espalda y daba fulminantes asistencias sin mirar o “mirando el tendido”, con frialdad e imaginación.

Lo hizo en una época donde cada truco, la velocidad y su tremendo dribbling fueron marcas que todos han querido copiar. Como su película.

La que todos pusimos en práctica para lograr sus métodos con el objetivo de ser mejor en el básquetbol. Fueras o no jugador.

Él podía ver la evolución del juego en una posición clave. El comienzo está con Pistol Pete, allí donde la extensión del técnico une al equipo en la cancha, cada uno con un sello pero sin lugar a duda que el gran Pete no sólo motivó a generaciones de bases o point guards, sino que lo hizo con todos.

Pistol era de otro planeta: se definía a sí mismo como "el androide del baloncesto".

Los herederos

Dejó discípulos y jugadores que tienen algo suyo. Uno de ellos es Jason Williams. Tiene cuarenta años y, cuando jugaba, tenía ciertas características muy similares a las de Maravich. Demasiada velocidad para pensar corriendo en pases imposibles que resultaban, a la postre, posibles.

Como una electrizante fantasía rodeado de gladiadores de más de dos metros de altura. Chocolate Blanco Williams creó ese mito de jugador explosivo, con un vértigo y caradurez de pocos, pases espectaculares pero sobre todo cada uno de estos han dejado una huella tan marcada en generaciones imitando sus pases o clásicos pick and rolls donde las lecturas de juego fueron enciclopedias.

Otro mago es el excéntrico Rajón Rondo, el base de las manos gigantes: en los Celtas de Boston marcó una época y eso es mucho decir en Boston. Ricky Rondo es un jugador que supo disimular carencias de juego y lo llevó a otro nivel, una capacidad de asistir, defender y estar en el lugar indicado, que llevó a Boston otra vez a los lugares de excelencia.

Todo en él, que sigue jugando, es un despliegue de atrevimiento y pelotas imposibles que sacaba para sorpresa de la afición, que se quedaba mirando a este prestidigitador que sacaba conejos de la galera en plena carrera. O galeras del conejo. Rubio ya había demostrado habilidades extraordinarias en Europa. En su primer año en Minnesota confirmó ser un organizador con recursos insólitos.

Shaquille O’ Neal saludó sus exhibiciones cuando elogiosamente dijo: “Es un Pete Maravich italiano”.

No importó entonces si Rubio era español y no importa ahora. Tiene una gambeta “imposible”. S

i fuera futbolista le dirían: “Humille, maestro”. Juega sobre una baldosa y se ofrece para embocar triples esquinados. Después de su adaptación y de entender cada vez más el juego de la NBA, se volvió un jugador desfachatado, con una capacidad de pase tremenda. Sin dudas que le queda hilo a su carretel y dará mucho más, siempre buscando mejorar.

Es cada día más importante en el equipo que esté, sea en la NBA o en España.

Su juego es una hermosa realidad.

Nuestro héroe en este lío, Manu Ginóbili, tiene cuarenta años. Es un alquimista que cada año se reinventó. Su optimización del juego, el cuidado de su cuerpo, y su mentalidad, lo convirtieron en uno de los atletas más completos de todo el mundo.

Ni hablar de su solvencia en las decisiones, y un hambre por ser mejor cada día con el disfrute que sólo los grandes pueden lograr. Hace un tiempo perdían un partido por dos puntos y quedaban apenas segundos para reaccionar, entonces hizo una finta y después otra, con tranquilidad embocó un triple (como aporta P.: prácticamente volando para que su marcador no pueda obstruir) que valía una victoria por la mínima faltando cuatro segundos para la bocina.

PD: En el último segundo de juego, encontré el párrafo de Dylan. “La noche que lo vi jugar hizo un dribbling con la cabeza, anotó desde detrás de la espalda, encestó sin mirar, dribló a todo lo largo de la pista, lanzó una pelota al tablero y recogió su propio pase. Era fantástico. Anotó algo así como treinta y ocho puntos. Podría haber jugado a ciegas. (…) no me había olvidado de él. Algunas personas parecen haberse desvanecido, pero cuando de verdad se han marchado, es como si jamás se hubiesen desvanecido en absoluto”.


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