Por Rodolfo Palacios

El delito al que el virus no pudo asustar

Cronicas

Los arrebatos en la calle no se quedan en casa.

Los más expertos actuán casi a la velocidad de la luz. En muchos de los casos, nadie los percibe. Puede ser a la mañana, tarde o noche. Es una frase, a veces violenta al extremo, otras más intimidatoria. Arrebatan celulares, carteras, bolsos; en general cuando la víctima habla por teléfono o va distraída.

Durante esta pandemia, que parecía asustar hasta los delincuen,tes. fue un delito que no se ocultó en el "Quedate en casa". De hecho hoy le pasó a un conocido mío. Se llama Elías y cuando me lo contó me sentí identificado con él (ya diré por qué).

Miércoles 14/05, atardeciendo en las calle de Ayacucho entre Mitre y Rivadavia había un paisaje de personas que van y vienen con su barbijo. Todo comenzó así: un hombre le pidió si tenía un cigarrillo.

El dudó, luego le dijo: "Quedate quieto o te doy una puñalada". Le manoteó el celular y le sacó la mochila. "Fue todo en segundos. Quedé confundido. Sin saber qué hacer. Ni siquiera puedo describir tantos detalles, se me abalanzó. Se que tenía barbijo oscuro", dijo Elías, que prefiere que su apellido no sea divulgado.

En la mochila tenía el permiso de circulación, la billetera con los documentros, tarjetas, dinero en efectivo, entre otros elementos. A diferencia de otros que sufrieron estaba decidido a hacer la denuncia. No hay estadísticas porque en muchos casos las víctimas no hacen la denuncia porque es entrar en una burocracia. Extraño en una ciudad con tantas cámaras de seguridad. Quien esto escribe lo vivió en carne propia: fue en Junín y Corrientes, en noviembre, a las dos de la mañana. Confiado, caminaba después de tomar una cerveza con un amigo cuando mi camino a casa fue interrunpido bruscamente.

He contado tantos robos y crímenes en mi carrera pero contar mi episodio me resulta, aun hoy, dificil. No cuento con detalles (salvo que caminaba mandando mensajes por mi celular), precisiones, sólo la sensación de que mi vida podía terminar en ese instante. Un instante en que aparecí entre dos hombres. En realidad uno tenia cara de adolescente. Es el que dijo: "te quemo ya, te quemo ya". El otro me sujetaba por la espalda. "Dale, hacelo". Luego me tiraron al piso. Mis lentes cayeron. Y el mayor sacó una faca y amagó con dármela en la panza. Se llevaron mi celular y al levantarme corrí hacia mi casa y pensé que el corazón se me iba a salir por la boca. Pude dormir por las medicinas. Al otro día hablé con una chica que vive en un cajero de Corrientes, le conté el episodio y me dijo que era algo habitual. "Aca te regalas y te hacen pollo. No te iban a matar, decime cómo son y los voy buscar, ò al menos te rescato el chip", me propuso. Le dije que no. Desde ahora camino más atento.

Pero había algo que alimentaba mi sensación de que aquella noche podrían haberme herido: googleando supe que el 27 de abril de 2019 a Julio Villalba, de 18 años, a quien en Lomas de Zamora le clavaron el destornillador en el cuello. Murió desangrado. Conocí más casos... Una mujer, llamada Marcela, que le robaron dos veces en tres semanas. La primera vez, un hombre le manoteó la cartera y el celular. La segunda fue más violenta. Se bajó un arrebatador de una moto. Ella intentó resistirse y él la golpeó. Sufrió un esguince. "Una fue en Corrientes y Larrea y la segunda en Corrientes y Riobamba. Estaba lleno de gente, pero sólo una persona me ayudó a levatarme y llamar a una ambulancia", contó Marcela.


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