Por Palacios

Fantasmanson

Cronicas

El mundo sin Charlie, el músico que no pudo brillar y mató en ausencia.

“Vayamos pintados con sangre de los dos. Siempre, siempre”. Calamaro

“En una tribu de monos, yo no siento ni pienso, en una fiesta de esclavos, yo no amo ni odio, en una calle de zombies, soy un virus en tu mente".

Symns  

No hubo ni habrá un criminal como Charles Manson. A su modo fue un artista diabólico. Su mayor performance fue convertirse en el único asesino de la historia que no mató.

Ellas, las mujeres a las que les robó la mente, lo hicieron por él.

Ni siquiera estuvo en la escena del crimen ni vio a las víctimas.

Se mantuvo ajeno al instante secreto en que las miradas del matador y el asesinado se conectan y sólo ellos saben lo que está pasando. Algo que queda ahí para siempre. Manson mató con la palabra.

Mató en ausencia. Desde la nada.

Para muchos, los sesenta en Los Ángeles se terminaron el 9 de agosto de 1969. Hace 50 años.

Ese día fue el fin de la inocencia.

En dos noches, la siniestra secta La Familia, liderada por Manson, aniquiló los aires de libertad que tardaron años en conquistarse. Ese hombre de un metro cincuenta y siete que cuando sonreía y no miraba tenía un aire al Cristo que aparece en las películas de Semana Santa, ordenó a sus seguidores una matanza: Sharon Tate: la actriz, que estaba embarazada de ocho meses y medio; Abigail Folger, heredera de una empresa de cafés; el famoso peluquero Jay Sebring; Voityck Frykowski, un director de cine polaco, y Steven Parent, amigo del cuidador de la casa. El esposo de Tate, el cineasta Roman Polanski, estaba fuera del país en ese momento. La noche siguiente, un adinerado empresario y su esposa, Leno y Rosemary LaBianca, fueron asesinados a puñaladas en su casa. Los asesinos escribieron frases como "Cerdos" y "Healter Skelter" (sic) con sangre en la escena de los crímenes. Si esos días marcaron el final de los sesenta, podría decirse que el 19 de noviembre de 2017 marcó otro fin. Manson murió a los 83 años el hospital del condado de Kern, en el Estado de California. Durante medio siglo estuvo preso en la cárcel de San Quintin.

No hubo un asesino en el mundo que opacara su extraña oscuridad.

Su fama quedó eternizada en la icónica tapa de Life, en la que (nos) mira como un loco. Hasta en el móvil de la masacre tuvo que ver el arte. Manson nunca asumió su fracaso como músico. Les hizo creer a sus feligreses que Helter Skelter era una invitación a matar, y que en la palabra “descontrol” se ocultaba el apocalipsis.

Pero Manson fue único en su especie. Quizá todo comenzó en su infancia triste: su padre lo abandonó y su madre, una prostituta golpeada por muchos hombres, lo maltrataba. A los 12 años quedó en la calle.

 

En Piggies, otra canción beatle, usó la frase “lo que necesitan es una maldita y buena bofetada” para referirse a “los cerdos de la sociedad”. Los asesinos tienen buen gusto musical, pero entienden mal las letras. Mark David Chapman, el trastornado que mató a John Lennon, decidió matar a su ídolo cuando escuchó la canción God y percibió que la portada de Sgt. Pepper's era una sentencia de muerte contra el mítico beatle.

Pero Manson fue único en su especie. Quizá todo comenzó en su infancia triste: su padre lo abandonó y su madre, una prostituta golpeada por muchos hombres, lo maltrataba. A los 12 años quedó en la calle.

Lo que siguió después fue su ingreso en el submundo del hampa: fue ratero, ladrón de autos y proxeneta. En la cárcel aprendió lo que le faltaba aprender. Leyó la Biblia, aprendió los preceptos de la Cienciología, admiró a los budas, pero su máxima religión fue el pop.

En libertad fue un marginal que se disfrazó de hippie. Como un reclutador de almas en pena, cobijó a mujeres desdichadas o incomprendidas. Las subió a un micro escolar del que sólo bajaba cuando veía a una mujer sola y triste. -Tus padres te han abandonado. Puedo hacerte conocer otra vida. Con nosotros vivirás en el viento. Y ellas recibían su abrazo porque nadie las abrazaba. Como pocos, Manson ofrecía utopías posibles. Vivía con sus seguidoras en un campo alejado, cerca de la montaña. Y como un brujo maldito, las hechizaba en largas orgías de sexo y LSD. Tocaba la guitarra y componía canciones. Y cuando ellas se dormían, desnudas y extenuadas, él las miraba y les interrumpía el sueño. Sólo él podía meterse en sus mentes. Ellas creían que él tenía poderes mágicos.

Decían que una vez lo vieron resucitar a un sapo y besar a una serpiente con ojos de niña.

-Vendrá el caos y sólo nosotros nos salvaremos en nuestra cueva –les dijo un día.

Y no les mintió: el caos del mundo fue real (aún perdura) y ellos no lo vivieron porque terminaron en una cueva…la cárcel. Cada sociedad tiene el asesino que se merece. Un asesino que se parece a nosotros. Manson lo dijo mejor que cualquier filósofo: “Mira hacia abajo y verás a un tonto, mira hacia arriba y verás a tu dios, mírame de frente y te verás a vos”.

Su muerte real fue en 1969, su año de mayor resplandor.

El día que cayó preso murió por primera vez. Porque el anciano sucio, pelado, desdentado y solo que murió en 2017 en una celda no era Manson. El que murió ahora fue un fantasma.

El fantasma de Manson.

Que nos mira.


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