Por Julieta Barrientos

Cuna de piel

Cronicas

Las bellas realidades de ser varias en distintos tiempos paralelos. La calle como epifanía. La vida como un milagro que nace, muere y renace. Cartas sin marcar.

Otra vez son las 2 de la mañana. No comí. No me bañé. No fui al supermercado.

La ultima vez que fui, miré las manzanas, que parecen siempre las mismas, y es como si el tiempo no pasara. En eso pienso cuando las miro, como esperando una novedad, con las mismas dudas de si serán buenas.

Para llegar a mi casa hago un viaje de una hora cada dia. De vuelta es más rápido. El negocio familiar esta lejos pero es trabajo seguro. Si mis hermanos tienen, me comparten una línea, y me subo a la autopista. Medicinalmente lúcida. Escucho música y pongo mi mente en blanco. 

En que siempre se hace tarde. Lo bueno de la autopista es que no tengo que distinguir entre las luces rojas de las verdes, una y otra vez. Como sea, casi nunca llego antes de que se duerma M, mi hijo.

La ultima vez que fui, miré las manzanas, que parecen siempre las mismas, y es como si el tiempo no pasara. En eso pienso cuando las miro, como esperando una novedad, con las mismas dudas de si serán buenas.

Si no fuera por mi mamá, que me espera con algo caliente, lo que soy no existiria materialmente.

Pero el llamado de mi amiga hizo que esta vez la vuelta fuera diferente.

La habían llamado para avisarle que su padre estaba muy grave y como él es viudo y ella no tiene hermanos, había tenido que viajar  a la ciudad donde habia nacido de manera urgente. 

Por eso cuando sonó el telefono, me puse en manos libres y la atendí. Me contó que su papá estaba en estable, que le agradecía que ella estuviera ahí,  pero que no la reconocía, y que son cosas que pasan cuando la gente mayor está en terapia.

Ella hablaba despacio.

Yo la escuchaba, pero no sabía qué decir.

Al menos estaba ahí, de alguna forma para ella. 

Mi celular estaba ajustado al tablero del auto con la pantalla apagada. Pero se encendió cuando me entró un mensaje de texto. Era mi ex. Me contaba que habia nacido su segundo hijo, el hermano del hijo que habíamos tenido juntos cuando éramos casi unos niños.

La noticia me dio alegría porque yo no pensaba tener más hijos y me alegraba que M tuviera un hermano.

Del otro lado escuchaba respirar a mi amiga, que me pedía que me quedara al telefono. Entonces bajé de la autopista,  entré a un AutoMac sobre la colectora y me pedí un café horrible para tomar en el auto.

Encendí un cigarrillo con las brasas de mi cerebro. Las noticias me habían inyectado a la vez la muerte y la vida, y no tenía defensas para eso.

Bellas realidades

Cerré los ojos y me deje llevar. Como sentada en un trapecio. Asi me acorde del nacimiento de M. Yo tenia 16 años. Era hermosa sólo por tenerlos. Y esa belleza fue su cuna de piel, casi todo lo que teníamos para recibirlo.

Con el primer sacudón de sus tobillos ya intui el dolor, la magia y la ilusión que impulsan de la vida sus mejores momentos. 

Pero, ese día,  fui la unica en darme cuenta, y no lo digo como un mérito. 

Porque aun en medio de ese ritual pagano del nacimiento, mezcla de sangre y leches, de lucha y desbordamiento, de crisis y milagro, puedo afirmar que lo primero que hizo al nacer fue mirarme a mi, con esos ojos anfibios que parecian aun estar bajo el agua.  Y yo sentía como, con M sobre mi pecho, él y yo nos volviamos humanos y mortales. 

Cartas sin marcar

Mi amiga me sorprendio con una videollamada y tuve que incorporarme. Yo miraba sus ojos tristes en la pantalla mientras me contaba que habia descubierto en la casa de su padre cartas para ella, que él nunca habia enviado. Que ahora estaban en su bolsillo. Y que estaba tomando coraje para leerlas.  

Cerré los ojos y me deje llevar. Como sentada en un trapecio. Asi me acorde del nacimiento de M. Yo tenia 16 años. Era hermosa sólo por tenerlos. Y esa belleza fue su cuna de piel, casi todo lo que teníamos para recibirlo.

Mi mente estaba entre la oscuridad de su puño apretado, y las alas que le había prestado a mi memoria la noticia de mi ex-novio. Y de nuevo, en esa chispa entre la muerte y la vida, se encendió en mí la imagen de su  cuerpo al nacer.

Desnudo y sin nombre. M.   

Y desde esa noche creció y se puso gigante, emanando fluidos de vida en cada sonrisa.

Moviéndose entre el vicio anárquico y la tradición subversiva de su cuna de padres adolescentes.

Desencadenado del cordón que nos habia unido placenteramente por unos meses. Mi amiga abrió la primera carta de su padre y me leyó: "Fui un hombre soberbio, lo sé, pero no siempre viví equivocado..." Asumo que no preste más atención a mi amiga y retomé el camino para volver a casa.  

Porque yo, mordida por el perro del infierno, en la vieja Ford heredada de mi padre, sé que parirlo fue una bella locura, una condena menor, imperceptible casi, a la que mi vida hubiera sido sin él.

Con él me aferre a la vida, a un cuerpo nutrido por la carne del tiempo.

Viendo cosas que no se dejaron agarrar.

Y no me importaron.

Porque besarlo hizo fiestas en mi boca.   


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