Por Paloma Sneh

Noches con el gladiador del rock

Cronicas

La periodista y saxofonista Paloma Sneh y sus horas mágicas en el escenario con Alejandro Medina.

Allá en algunos tiempos en que los silencios quedaban como tales, pues no existían redes ni celulares ni hashtags que les quitaran esa categoría deliciosa de silencios profundos, desérticos, allá en esos tiempos había momentos de nada porque no había todo esto para llenar y no había otras cosas tampoco.

Allá estaba esta versión mía pelirroja, buceando en las raíces de una música que llamaban blues y que nadie permitía mancillar con acordes no correctos, una música que enseguida le ofreció un planeta de opciones que había creído perdidas.

Todos los blues, el blues

Blues, blues en 12 compases, blues en español, blues roto, cantado, instrumental. Había un blues de allá, un blues rural, un blues country, un blues balada, un blues en menores, un blues en español.

El saxo dorado y una lluvia de novedades en las manos de una mujer. Poco usual, no importa por qué, era poco usual un saxo soplado por una mujer y tan aburrido el pensamiento de que por ser mujer era poco usual que siempre las circunstancias lo convertían en otra cosa.

Había un batallón de indispensables que cuidaban desde sus fortalezas vikingas la sangre emanada del blues local. Una sangre loca, verdadera, real, que nadie podía tocar más que los que se lo transfundían en sus venas.

Cuando lo conocí

Allí iba como una mariposa a la luz, al blues ese, intentando el saxo en melodías y solos. Las letras de español en forma de garrón casi siempre. La primera vez que toqué con Alejandro Medina fue en un show en Buenos Aires en 2017, muchos años después de esos viajes infantoadolescentes por el blues de mi primer tatuaje.

Si bien había coincidido en zapadas, esa fue la primera invitación formal. No había ensayado y fui con el vacío interminable que produce esa sensación de no saber qué carajo haría cuando me subiera a escenario a tocar en la banda de ese tipo cuya enormidad repartía frecuencias bajas indomables, que son como su voz. Aprendí a escuchar de cerca su bajo y su frase en el camarín “vos no tocas la nota. La nota te toca a vos”. Los ojos siempre risueños como si no alcanzaran a contar todo lo que tenían para decir, nunca. Y luego un show poderoso, ríspido, rockero, junto a su banda actual, La Medinight, donde Loló, su compañera y libélula guardiana, canta. Fue en ese lugar de blues de Almagro que tiempo después clausuraron vaya a saber porqué. Atrevida, me mandé en un par de solos raspados de garganta sin pedirle mucho permiso y en un tema como Avenida Rivadavia. Me saludó con un beso y me preguntó “¿la pasaste bien?”.

El quería saber si yo la había pasado bien tocando el saxo en sus blues. “Hoy no adivino qué me pasa porque mi nombre no soy yo”, Medina reapareció en mi vida cotidiana unos meses después cuando su mujer, Lolo, me llamó para contarme que lo habían trasplantado, su hígado había sido reemplazado por otro, y que necesitaba ayuda.

Aprendí a escuchar de cerca su bajo y su frase en el camarín “vos no tocas la nota. La nota te toca a vos”. Los ojos siempre risueños como si no alcanzaran a contar todo lo que tenían para decir, nunca. Y luego un show poderoso, ríspido, rockero, junto a su banda actual, La Medinight, donde Loló, su compañera y libélula guardiana, canta.

Que todo era cuesta arriba con la guita, que necesitaban recaudar para medicamentos y demás y que Alejandro lo único que sabe hacer es tocar y está para eso en este mundo y entonces harían un show a beneficio con amigos, que si yo quería tocar. La puta madre, qué honor.

Una juntada de músicos estremecedores en sus pisadas por los pasillos del rock nacional se van a relamer tocando con Medina a lo largo de tres shows: León Gieco, Claudio Gabis, Willy Quiroga, Nito Mestre, Juan Carlos Baglietto, Hilda Lizarazu, El Chizzo, Lito Vitale, Willy Quiroga, El Reloj, Claudia Puyó, Cristina Dall, Javier Malossetti, Juanchi Baleirón, Rodolfo García, Kubero Diaz, Gady Pampillon y todos nombres así.

Y me tocó volver a tocar entre estos y el, con su pared inmensa. Los camarines daban un calor aparte, todos hablaban con todos.

Por momentos me parecía que el objetivo, recaudar guita para Medina, se perdía de vista. No por maldad, o falta de cariño, o dejadez, era tal la pasión y la alteración de sentidos reinante que había que aprovechar el momento. Semejante juntada de locura talentosa. Iban y venían las voces, los abrazos, las preguntas, las emociones, los colados.

El lugar era una especie de discoteca en Palermo que prestó las instalaciones. Medina no estaba. Se estaba recuperando. Tocando en su mente, como decía él, recuperándose. Se lamentaba no poder estar. Mandó un video saludando. Toqué unos cuantos temas con su banda La Medinight, Lolo Medina cantaba “La Maldita Máquina de Matar” y otras canciones. También estaba nuestra productora independiente y filmamos todo.

Empujaba mis solos con el saxo, los arreglos. Tenía miedo que no se escuche. Pasaron uno, dos tres temas. Ale Medina no estaba pero su presencia sobrevolaba el escenario. Los instrumentos le rendían homenaje, las voces, los recuerdos, las anécdotas. Todos hablaban de él y para él.

A fin de año se recuperó y decidió volver a tocar. En el escenario del IFT. Mas preparativos, esta vez distinto porque Ale estaría presente festejando su cumpleaños.

Nuevamente qué honor para mí, carajo. Había estado ensayando en su casa, con su banda, respirando el blues más genuino. Medina había dicho en el ensayo aquello de que cada nota que sale de uno tiene que tener sentimiento, que es como respirar, que si no lo haces te falta el aire y cuando te falta, te das cuenta. Y hay que bancarse eso, porque hay que arreglar dentro de uno algunas cosas para que la música fluya.

Empujaba mis solos con el saxo, los arreglos. Tenía miedo que no se escuche. Pasaron uno, dos tres temas. Ale Medina no estaba pero su presencia sobrevolaba el escenario. Los instrumentos le rendían homenaje, las voces, los recuerdos, las anécdotas. Todos hablaban de él y para él.

En los 90’s, apenas empezando a tocar en vivo, me bajaba del escenario de la Federación de Box, tímida, con un saxo alto, preguntándome qué mierda estaba haciendo tocando el saxo con una banda de rock, y se me acercó King Alfano, violero por entonces de Memphis La Blusera, y me dijo que estaba tocando muy como era, que había que tocar el saxo fraseando como se frasea una viola. Me quedé con ese comentario, que sin ser un consejo, me mostró siempre por donde ir musicalmente. Y ahí fui, y toqué una canción como “Tontos”, y otra como “Una casa con Diez Pinos”, y otra como “Solo por ti” y más y más. Saxofón rock y no mucho más. Nunca pretendí más que ser un saxo rockero. No me interesa demasiado otra cosa.

La respiración, la frase tronando, raspando, growling, llorando. Tocar el saxo tenor. Dejarse llevar, dar toda la vuelta hasta la verdadera frase, la que es, la que suena, la que tiene que sonar. Rispidez metálica, sin mucha dulzura. No me gustan mucho los saxos “melosos”, me gustan rugientes, guturales, habladores, irreverentes, desquiciados.

Como el blues de Manal y la risa de Medina. Y después mirar y escuchar el resto del show largo, eterno, desde bambalinas, con el extraordinario gladiador del rock Alejandro Medina de pie en medio el escenario, con su mirada de águila resistente a los embates del viento.  


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