Por Prietto

El busca

Cronicas

Un maravilloso viaje al alma desgarrada de una especie casi en extinción.

 ¡Cuánta canallada en otras caras! Porque hay semblantes que son como el mapa del infierno huma­no. Ojos que parecen pozos. Miradas que hacen pensar en las lluvias de fuego bíblico. Tontos que son un poema de imbecilidad. Granujas que merecerían una estatua por buscavidas. Asaltantes que meditan sus tra­pacerías detrás del cristal turbio, siempre turbio, de una lechería.

Roberto Arlt  

 

Los clientes del pibe de las Golosinas podían diferenciarse en kiosqueros, revendedores y buscas.

El busca es el más intenso de los tres. Puede ser insoportable, puede ser peligroso, puede ser muy divertido, puede ser filosófico, puede ser una piedra que se te queda ahí una hora, puede ser un tipazo que te dé una lección de vida, pero sobre todo es un actor, pueden hablar horas y entretenerte, cuando te diste cuenta se fue sin pagar.

La vida sin buscas en un mayorista es más cómoda pero infinitamente aburrida. El busca es un actor que tiene que convencer a gente que viaja al trabajo de que compren algo que no necesitan, con plata que no tienen.

El busca es un experto en matemáticas. Le decís cuánto sale una caja de alfajores y divide el costo por las unidades, agrega un porcentaje e inventa una promoción en cuestión de segundos. si no le cierra se fija si puede sumar unos caramelos. ¿Cuál es el masticable más barato? Cuantas unidades tiene? Si no cierra, pregunta por chupetines. Necesita bolsas si va a hacer una promoción. ¿Cuánto están las bolsas? Tiene que ver qué medida va a tener la bolsita de celofán. Al rato te compró unas cajas de alfajores, chupetines y masticables, armó toda la mercadería y los tres alfajores que le sobraron son su almuerzo.

El busca es un actor que tiene que convencer a gente que viaja al trabajo de que compren algo que no necesitan, con plata que no tienen.

Conocí muchos niños que vendían en la calle. La rapidez mental que tenían era sorprendente.

Te pegaban un paseo que cuando te dabas cuenta ya se habían ido, y cuando volvían días después, si querías reclamarles algo ya tenían preparado un nuevo paseo. Los buscas son los dueños de la calle, no te podés hacer el vivo, no hay forma. Ellos siempre están tres jugadas adelante.

Había un pibe con el que crecimos a la par: él de un lado del mostrador, yo del otro. Teníamos la misma edad, nos cagábamos de risa, nos odiabamos. Éramos parecidos, morochos, petisos. Pero yo tenía dónde dormir, mi viejo tenía un mayorista y él no tenía nada. Su resentimiento era fuerte y yo lo entendía. Nos peleamos dos veces. Una vez a los 14 años y quedamos los dos despeinados. Mí viejo nos separó mientras seguía atendiendo, pelea de pibes.

Era rápido, sumaba, restaba, dividía, compraba, vendía. Los pibes que venden en colectivos y trenes están muy avanzados con respecto a los que íbamos a la escuela, que aprendíamos matemáticas pero no entendíamos para qué. 

Pasaban los años y nos íbamos distanciando. Vivíamos en mundos diferentes. Era simplemente un saludo aburrido y una venta. Alguna bardeada de su parte y alguna respuesta ácida de la mía. Diez años después desapareció.

Algunos buscas nos habían dicho que se había metido con los stereos y no sé qué más. La cosa es que estaba preso. No dejaba de pensar en él.

Yo podía haber sido él, estaba seguro de eso. Yo no era ninguna de mis elecciones. Mis discos de Tom Waits, Dylan y Leonard Cohen eran sólo cosas que había obtenido y disfrutado sólo por el hecho de haberme criado en otro entorno, con otras facilidades, con cientos de toneladas de preocupaciones menos.

Atendiendo buscas yo no podía sentir otra cosa que ser un gil de clase media. 

Verónica era una empleada pilas. Si tenía un minuto libre pensaba en qué hacer por el mayorista. Este día, en su minuto libre, observó que el azúcar lo teníamos a buen precio pero que no se vendía porque no estaba bien exhibido. Le hizo un cartel con cartulina amarilla fluor y los apiló frente a la puerta de entrada, al lado de su caja.  El negocio estaba repleto de gente, yo estaba por pagar un pedido en el fondo cuando viene Verónica corriendo y me dice: Maxi, volvió el busca, está re dado vuelta y se está robando un azúcar. El cobrador de guaymayen termina de contar, apila los fajos, los envuelve con el remito y ata todo con varias gomitas, lo mete en un sobre y se va. Voy hacia la entrada y ahí lo veo. Estaba hecho mierda. Irreconocible. Pesaba 20 kilos más, no podía mantenerse en pie, estaba borracho y a punto de caerse al suelo. La cara angosta y larga que conocíamos ahora se había vuelto ancha, con forma de pelota.

- ¿Qué hacés loco?

- ¿Qué onda? ¿Qué andas buscando, che?

Se rió, parecía ciego.

Miraba a cualquier lado y se agarraba de la reja que separa la entrada del salón. 

- ¿Qué pasa loco, estás enojado?

- No ¿Qué estás vendiendo?

- No sé, ¿qué tenés para vender?

Yo podía haber sido él, estaba seguro de eso. Yo no era ninguna de mis elecciones. Mis discos de Tom Waits, Dylan y Leonard Cohen eran sólo cosas que había obtenido y disfrutado sólo por el hecho de haberme criado en otro entorno.

 

Estaba en pelotudo. No había forma. Fui al grano.

- ¿Qué tenés en el bolso?

- Nada loco ¿Qué te importa?

- ¿A ver, me mostrás?

- ¡Qué te voy a mostrar, gil!

Si hay algo que yo no quería hacer era pelearme con este loco. Me iba a matar. Sólo quería mostrarle que yo sabía que me estaba robando un azúcar y decirle que se fuera. Nada más. Reaccioné rápido.

Lo agarré de las tiras del bolso y lo hice girar. Abrí el bolso y estaba a la vista: tenía una bolsa de azúcar. Se la saco y le digo.

- Listo, fuera.

Se me queda mirando, se descuelga el bolso y deja ese segundo en blanco para que me prepare. Me tira una piña. Lo esquivo y lo agarro del cuello, lo empujo por la puerta de entrada y cae afuera en la vereda. Veo su cara. Yo era hombre muerto. Había empujado a un loco que no había que empujar. Puta madre. Se levanta con toda la furia, cierro la puerta del local en su cara y pega un grito. Le estaba agarrando los dedos con la puerta. Mierda. Estaba cada vez peor. El hacía fuerza y yo también. No había forma, si seguía apretando le iba a partir los dedos y además que no quería, no me convenía. Cedí un poco y me empujó con puerta y todo. Caí al piso. Se para a mis pies. Listo. Chau Maxi. ¿Una patada en las bolas? ¿Dieciséis trompadas en la cara? Se queda parado, algo lo detiene. Dios. Suerte. El milagro. No.

Veo su cara. Yo era hombre muerto. Había empujado a un loco que no había que empujar. Puta madre. Se levanta con toda la furia, cierro la puerta del local en su cara y pega un grito.

 

Es que hay muchos tipos dispuestos a ayudarme: clientes y empleados con ganas de pelear. Saca la cuenta, no le conviene, agarra el bolso y se va. Cruza la calle tambaleando, los autos clavan sus frenos para no llevárselo puesto. Atraviesa las boleterías, las colas y camina por los pastizales.

De fondo hay un tren estacionado.

La gente opina, grita.

 - ¡Mirá, mirá, mirá...! 

- Se quiere subir al tren.

- Nah... No llega ni ahí.

- No, no llega.

Lo vemos tambalear más rápido. Dos tipos abren la puerta y le estiran los brazos, el tren arranca, lo agarran, lo llevan arrastrando, la platea grita "noooo...". Diez metros después aparecen más manos, lo suben y el tren se va de nuestra vista, se pierde hacia la derecha, rumbo a Ardigó. 

Un busca se caga de risa. Me mira y se muere de la risa. 

- ¿Qué onda?- pregunto.

Me mira.

- Dame seis cajas de Suschen.

Viejo choto. Esa risa de mierda.

- ¿De qué te reís?

El viejo sonríe. 

- ¿De qué va a ser?

Te va a matar. Tenía razón. Yo trabajaba ahí, él sabía dónde encontrarme, le había partido los dedos, lo había tirado al piso... Sí, me iba a matar. Los días siguientes lo esperé todo el tiempo. Si volvía estaba arruinado. Pasaron los días, después las semanas. No aparecía. Debe estar preso, me decían algunos. Capaz no se acuerda, capaz no le importa.  Meses después, un busca nos aclaró las cosas.

- ¿El loco que se fue en el tren en movimiento?... Está re preso.

No sale más. No sé cuál se habrá mandado. Como siempre, la misma sensación.

Pobre loco.

Que ganas de ayudarlo.

Foto: Dibujo Abel

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